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Las primeras excavaciones (I)

El 27 de mayo de 1944 comenzaron las primeras excavaciones en Reccopolis, dirigidas por el arqueólogo Juan Cabré Aguiló (1882-1947). Se ponía así fin a un largo periodo que se había iniciado en 1894 con la confirmación de la localización del yacimiento que había realizado el cronista provincial de Guadalajara y futuro director del Museo Arqueológico Regional, Juan Catalina García López (1845-1911). Estos primeros trabajos giraron en torno a las estructuras arqueológicas que eran visibles, que se situaban en torno a una vieja ermita que se encontraba desmantelada, y que se utilizaba como redil.

La excavación suponía un empeño personal de Francisco Layna Serrano (1893-1971), Comisario de Excavaciones de la Provincia de Guadalajara, que había logrado convencer de la importancia de la investigación a Julio Martínez Santa Olalla (1905-1972), Comisario General de Excavaciones. Este último fue el encargado de seleccionar al propio Cabré, con el que mantenía una ambigua relación de amistad y protección, que había pasado por diversos altibajos. 

Esta primera campaña se extendió hasta el 10 de julio, trabajando en ella 19 peones de Zorita de los Canes y la vecina Almonacid. El propio Layna describió lo hallado:

Como esperábamos, bajo las ruinas de una ermita románica alzada durante el siglo XII en aquel descampado, sin hacer previo descombro ni ahondar los cimientos, ha aparecido la planta de una basílica con disposición y caracteres indudablemente visigodos, de tres naves, pero las laterales puede decirse que independientes de la central, y en forma de cruz latina; a los pies se ha descubierto el nártex, constituido por un pequeño vestíbulo cuadrilátero con cuatro columnas en las esquinas, de las cuales subsisten las correspondientes basas, y dos pasos laterales a más de la puerta de entrada; a la izquierda se muestra el baptisterio, y en éste la piscina para los bautismos por inmersión, y en el centro una pequeña ara de sacrificios, con ceniza en torno, lo cual prueba haberse verificado aquellos hasta el siglo VIII en que el edificio fue arrasado por igual que toda la ciudad. También bajo espesa capa de escombros han aparecido dos sepulturas en el suelo con sus laudas rotas, sin inscripciones pero con adornos esculpidos; varios trozos de piedra exornada con flores cuadrifolias, decoración geométrica, cruces de tipo bizantino o sea de brazos iguales con los extremos ensanchados y aves simbólicas afrontadas, todo ello tallado a bisel y muestra un arte rudo de clarísima filiación visigoda; algunos de estos fragmentos son parte de una pilastra emplazada en el vestíbulo, con profunda excavación de la parte alta para enastar o fijar una cruz. Ha quedado a la vista el pavimento de la basílica, pavimento continuo hecho con hormigón según la manera romana y con la particularidad de formar ese piso un apreciable declive a partir del presbiterio, donde sobre tres gradas, se conserva la mesa de altar, visigoda, pero utilizada en la ermita románica que se construyó sobre estas ruinas. Esa inclinación del piso tenía por objeto que pudieran ver perfectamente el altar los fieles situados al pie del templo, sin que estorbaran a tal objeto los que estaban delante. A la izquierda del nartex , o sea a los pies del edificio, se han descubierto los solares de varias estancias cuyo uso probable no es posible determinar hasta ampliar en años venideros la zona excavada…”. 

La confirmación de la existencia de Recópolis generó expectación y optimismo. En ese contexto debemos entender que, en la campaña del año siguiente, 1945, fuera una de las actuaciones mejor subvencionadas, junto a Medina Zahara y Mérida, ambas con el mismo importe…

(Continuará)

Imágenes: ©IPCE

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